Héroe de la retirada
Ningún líder es reconocido justamente por sus contemporáneos. Desde Emperadores romanos, los Generales de las grandes batallas que registra la historia, los constructores de las bases ideológicas de la política mundial, hasta el mismísimo Jesús, Dios hecho hombre; a ninguno se le ha otorgado su justo lugar en el podio de las victorias, hasta tanto hayan pasado años, décadas o generaciones.
Quizás sea por eso por lo que tantos personajes en la historia de la humanidad han caído presos del deseo de conquista, del triunfalismo y la megalomanía. Siempre hemos asociado al héroe con la victoria, con la entrada triunfal al territorio conquistado, con el arte de dominar los elementos que gravitan alrededor del ejercicio del poder.
De ahí que exista una devoción sacramental hacia el poder y, hasta cierto punto, una ostentación desorbitada del prestigio que confiere el cargo que se ocupa. Es posible que nuestros prejuicios nos obliguen a pensar que en el guión de la historia política solo tiene mérito el ganador.
Pero también hay un heroísmo medido por la dificultad de la misión que se le otorga, que no importa si es vencedor o vencido, ocupa un lugar por la dimensión moral de su accionar, por su capacidad de hacer frente a las fuerzas desatadas en la sociedad, ya sea por su propia obra o por su incapacidad de actuar. Es el heroísmo que asume las consecuencias de sus actos, el que comprende que se puede ser víctima del éxito.
De ahí que la misión más complicada sea la retirada, lo decía el mismo Clausewitz, el gran estratega de las operaciones militares. No se trata de una tarea que se puede confiar a cualquier dirigente, por el contrario, la debe asumir alguien con autoridad indiscutible y con la entereza suficiente para comprender que renunciar también es liderar.
El momento que vive el Partido de la Liberación Dominicana requiere de líderes y dirigentes capaces de hacer lo que nadie quiso hacer antes: recibir con humildad el reproche, escuchar las descalificaciones, adentrarse en las comunidades para comprender los problemas que aquejan a la estructura, entender la sociedad que el mismo PLD ha creado y, sobre todo, asumir los errores cometidos.
Si se quiere avivar la llama morada en el corazón de los electores, hay que interpretar una vez más la responsabilidad del partido en la lucha por la transformación de la sociedad y en la consecución de la victoria de sus ciudadanos.
En esa tarea, se corre el riesgo de no ser más que una nota al pie de página en los libros de historia, muchos tendrán que volver a la modestia como una necesidad indispensable del trabajo político, que fue siempre el ejemplo de Juan Bosch.
El héroe de la retirada debe hacer caso omiso a la autocomplacencia y la vanidad. Llegado el momento, tendrá que enfrentar los egos y las mentiras que han quedado al desnudo en la derrota. Pero también recordar sus logros y victorias, no para envilecerse sino para tener presente cómo lo recordará la historia.
Si se quiere aprender del fracaso, primero hay que tener el coraje de reconocer las posturas necias que impidieron nuestro paso por el desfiladero. De las experiencias del fracaso debemos construir un mejor partido por el bien del pueblo dominicano.