Mujeres en la política
Hay hombres y mujeres que insisten en poner a las mujeres de la política a pelear. Eso se debe a que las mujeres crecimos viéndonos como competidoras, no como aliadas. La sociedad y la crianza nos puso a competir, a veces por la ropa, por los juguetes, por los enamoraditos, por las amigas, incluso por cuestiones tan banales como un asiento o un lugar en la fila del supermercado, mientras los hombres crecen en una cultura de solidaridad y competencia amigable.
Esa actitud se trasladó a todos los ámbitos de la sociedad. Al contrario de los hombres, no existió -ni todavía existe- entre las mujeres un espíritu de confraternidad, de sentir que el éxito de una de nosotras es una buena noticia para todas como género, como grupo social que hemos sido excluidas de muchas oportunidades, por el simple hecho de ser mujeres.
De esa preocupación surge la llamada sororidad que, aunque proviene del anglicismo “sorority”, refiriéndose a la hermandad entre mujeres, ya había aparecido en La Tía Tula de Unamuno en 1925, refiriéndose al amor de una hermana. Cuando se traslada el término a una perspectiva femenina, muchas académicas hablan de la necesaria “solidaridad entre las mujeres que luchan por sus derechos”.
Ahí estriba el mayor problema, en que las mujeres no nos hemos puesto de acuerdo en cuáles son esos derechos por los que hay que luchar como colectivo y de qué manera evitamos que otros grupos sociales intenten dividirnos en esa lucha por la reivindicación social, económica y política de la mujer, en todas partes del mundo.
La sororidad debe convertirse en un pacto político entre las mujeres, porque sin importar la acera política donde ejerzamos nuestro oficio, enfrentamos las mismas inequidades, los mismos retos y discriminaciones. La vulneración transversal de los derechos políticos, sociales y económicos de la mujer debería ser razón suficiente para encontrarnos en el meridiano de las causas comunes, pero hay actores en la sociedad que le temen a un acuerdo entre mujeres y que instigan los enfrentamientos entre nosotras mismas.
En la medida en la que se caldean los ánimos en la arena política, se hace más pertinente la firma de un Pacto entre las mujeres, para que la sororidad emerja como “una alternativa a la política que impide a las mujeres la identificación positiva de género, el reconocimiento, la agregación en sintonía y la alianza”, tal y como lo plantea Marcela Lagarde en sus escritos.
La competencia entre mujeres, en cualquier ámbito, pero en especial en lo político, solo es útil si genera avances para el género, si ayuda a visibilizar el gran liderazgo femenino que está por debajo de la superficie en la arena política.
No nos podemos perder en lo claro. Existe una agenda en contra del avance de las mujeres en la política, que todas debemos combatir juntas. Cambiemos la cultura existente entre las mujeres, que nos impide acordar una agenda común y pactar en favor de todas. Sigo pensando que donde hay mujeres empoderadas, las sociedades progresan. Es hora de que lo hagamos en lo político.