Felicidad Interior Bruta

Listín Diario / Opiniones

Autora: Margarita Cedeño de Fernández

En general, el mundo capitalista ha medido su bienestar y progreso solamente desde el punto de vista del aumento del ingreso promedio al que pueden aspirar sus ciudadanos. De ahí la nomenclatura de PIB o Producto Interno Bruto, que tantas veces leemos en los informes de desarrollo.

Sin embargo, ya hay quienes se atreven a cuestionar con sólidos argumento la idoneidad del PIB como indicador de desarrollo, y plantean una alternativa que combina el desarrollo económico con el bienestar general, en especial, con la felicidad de las personas.

Así ha nacido la FIB o Felicidad Interior Bruta, cuyo concepto plantea que “el verdadero desarrollo de la sociedad humana se encuentra en la complementación y refuerzo mutuo, del desarrollo material y espiritual”.

La idea no es nueva. La encontramos en el pensamiento filosófico de Epicuro y en las enseñanzas budistas. También en la doctrina utilitarista de Jeremy Bentham, cuando afirma que “el legislador debe preocuparse de que con sus leyes de la mayor felicidad al mayor número de ciudadanos”.

En el año 2009, Francia tomó pasos importantes para abordar esta problemática. Insatisfecho por las informaciones estadísticas que recibía sobre el bienestar de los nacionales franceses, el presidente Nicolás Sarkozycreó una Comisión a cargo de mejorar las bases estadísticas. Los resultados de la Comisión, coordinada por Joseph E. Stiglitz, confirmaron que el PIB se utiliza de forma errónea cuando aparece como medida del bienestar, que incluye, claro está, la medida de la felicidad.

En la actualidad, el tema vuelve a la palestra, por el hecho de que muchos países con progreso económico, cuyos problemas principales están resueltos, enfrentan serios problemas de bienestar y pertenencia de sus ciudadanos.

Bután, un pequeño reino entre la India y China, se ha convertido en el laboratorio para probar el concepto de la Felicidad Interior Bruta. Incluso, han adoptado el concepto como eslogan que guía al reino de Bután, desde que en el 1974 fuera coronado Jigme Singye Wangchuck, con su discurso de que “cada paso de una sociedad debe valorarse en función no sólo de su rendimiento económico, sino de si conduce o no a la felicidad”.

Al parecer, los nacionales de Bután han descubierto cómo impulsar la felicidad desde el Estado, a pesar de que “la felicidad se presenta como un concepto complejo y problemático”, tal y como ha dicho Daniel Kahneman, autor de “Pensar rápido, pensar despacio”, ganador del premio Nobel de Economía.

En Bután se invierte en políticas basadas en la Felicidad Nacional Bruta, con beneficios para la salud y el bienestar de la ciudadanía, resultado de una cuidadosa revisión de los planes y políticas sectoriales, para que sean coherentes con este propósito. Es un interesante caso de estudio, si queremos que las mediciones sean coherentes con las aspiraciones de los seres humanos.

Como plantea el epicureísmo: “La felicidad y la dicha no la proporcionan ni la cantidad de riquezas ni la dignidad de nuestras ocupaciones ni ciertos cargos y poderes, sino la ausencia de sufrimiento…”. La ausencia de sufrimiento requiere de la participación del Estado en mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, y eso hay que medirlo para que sea eficiente.

La cuestión es que si el Producto Interno Bruto (PIB) es reduccionista, es decir, no avala el bienestar de los ciudadanos, entonces: ¿Cómo logramos que el Estado asuma la felicidad como política pública y la asegure a todos sus ciudadanos?

 

 

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