Héroe de la retirada

14 julio 2020

administrador

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Ningún líder es reconoci­do justamen­te por sus contemporá­neos. Desde Emperadores ro­manos, los Generales de las grandes batallas que regis­tra la historia, los construc­tores de las bases ideológicas de la política mundial, hasta el mismísimo Jesús, Dios he­cho hombre; a ninguno se le ha otorgado su justo lugar en el podio de las victorias, hasta tanto hayan pasado años, dé­cadas o generaciones.

Quizás sea por eso por lo que tantos personajes en la historia de la humanidad han caído presos del deseo de conquista, del triunfalis­mo y la megalomanía. Siem­pre hemos asociado al héroe con la victoria, con la entrada triunfal al territorio conquis­tado, con el arte de dominar los elementos que gravitan alrededor del ejercicio del poder.

De ahí que exista una de­voción sacramental hacia el poder y, hasta cierto punto, una ostentación desorbita­da del prestigio que confiere el cargo que se ocupa. Es po­sible que nuestros prejuicios nos obliguen a pensar que en el guión de la historia política solo tiene mérito el ganador.

Pero también hay un he­roísmo medido por la difi­cultad de la misión que se le otorga, que no importa si es vencedor o vencido, ocupa un lugar por la dimensión moral de su accionar, por su capacidad de hacer frente a las fuerzas desatadas en la sociedad, ya sea por su pro­pia obra o por su incapacidad de actuar. Es el heroísmo que asume las consecuencias de sus actos, el que comprende que se puede ser víctima del éxito.

De ahí que la misión más complicada sea la retirada, lo decía el mismo Clausewitz, el gran estratega de las ope­raciones militares. No se tra­ta de una tarea que se puede confiar a cualquier dirigente, por el contrario, la debe asu­mir alguien con autoridad in­discutible y con la entereza suficiente para comprender que renunciar también es li­derar.

El momento que vive el Partido de la Liberación Do­minicana requiere de líde­res y dirigentes capaces de hacer lo que nadie quiso ha­cer antes: recibir con humil­dad el reproche, escuchar las descalificaciones, aden­trarse en las comunidades para comprender los pro­blemas que aquejan a la es­tructura, entender la socie­dad que el mismo PLD ha creado y, sobre todo, asumir los errores cometidos.

Si se quiere avivar la llama morada en el corazón de los electores, hay que interpre­tar una vez más la respon­sabilidad del partido en la lucha por la transformación de la sociedad y en la conse­cución de la victoria de sus ciudadanos.

En esa tarea, se corre el riesgo de no ser más que una nota al pie de página en los li­bros de historia, muchos ten­drán que volver a la modestia como una necesidad indis­pensable del trabajo político, que fue siempre el ejemplo de Juan Bosch.

El héroe de la retirada de­be hacer caso omiso a la au­tocomplacencia y la vanidad. Llegado el momento, tendrá que enfrentar los egos y las mentiras que han quedado al desnudo en la derrota. Pero también recordar sus logros y victorias, no para envile­cerse sino para tener pre­sente cómo lo recordará la historia.

Si se quiere aprender del fracaso, primero hay que te­ner el coraje de reconocer las posturas necias que im­pidieron nuestro paso por el desfiladero. De las expe­riencias del fracaso debe­mos construir un mejor par­tido por el bien del pueblo dominicano.

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