Política de la distensión

Listín Diario / Opiniones
Autora: Margarita Cedeño de Fernández

La época de la pos-guerra estuvo marcada por el enfrentamiento de las súper-potencias: Estados Unidos y la Unión Soviética. El poderío militar y la influencia geopolítica de ambos bloques generaban un estado constante de alerta ante una posible guerra, que siempre fue considerada como una debacle para la humanidad como la conocemos. La Guerra fría, el período entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la caída del bloque soviético, estuvo marcada por fuertes tensiones que tuvieron su punto más álgido durante la crisis de los misiles de 1962, donde la propia República Dominicana hubiese sido también gravemente impactada.

El mundo vivió en ascuas, en una oscuridad que parecía que nunca acabaría, hasta que comenzó lo que se conoció como el período de distensión, como se conoce al período entre 1962 y hasta 1979, que es cuando la retórica gubernamental cambió en ambos ejes de poder; la coexistencia y el policentrismo se convirtieron en la estructura básica de todas las teorías y doctrinas que permearon los espacios políticos y comunicacionales.

Esa distensión fue la condición previa que permitió abordar los asuntos más difíciles y espinosos, y permitió a su vez encontrar soluciones factibles que de otra manera no se habrían aplicado. Puede que la distensión no haya servido para solucionar todos los asuntos, pero sí los que eran más urgentes; fue así como la humanidad se fue acercando más a la paz y distanciándose de la posibilidad de una guerra nuclear devastadora.

La coexistencia pacífica de criterios políticos divergentes depende de muchos factores, pero hay algunos en particular que aplican en toda lucha política: hay que renunciar a las acciones extremas como medio de solución de conflictos, hay que reconocer los derechos inalienables que benefician a una y otra parte, generar espacios de comprensión mutua y confianza entre los actores y el estricto respeto en lo personal y familiar.

El ejemplo de Estados Unidos y la Unión Soviética nos enseña que la distensión fortalece la política cuando las inconformidades se canalizan de forma institucional, civilizada y ética; pero también cuando desde el ejercicio del poder se postula por un clima de mínimo entendimiento entre las facciones enfrentadas.

Distender no significa abandonar los principios ni las posiciones políticas que se busca defender; significa reconstruir la convivencia, deponer las inquinas y actitudes pasionales, acabar con los rumores, las falsas noticias y versiones insidiosas, volver a la serenidad del debate político serio y constructivo, que busca solución a los problemas sociales y políticos que gravitan sobre un país y su gente.

La conflictividad política solo lleva a la inestabilidad, esta lleva a su vez a la destrucción de la economía y a decisiones equivocadas que sumergen a los países en espirales insondables de atraso.
Tal y como sucedió durante la Guerra Fría, la voluntad sincera de la distensión es beneficiosa para los ciudadanos y ciudadanas en cualquier escenario político; es el camino correcto para recuperar las instituciones y permitirles cumplir con su propósito fundamental y, a la vez, es la ruta indicada para consolidar la paz y la prosperidad.

Cualquier vía política para rebajar la tensión es una oportunidad que los actores políticos no podemos desaprovechar. Y hoy República Dominicana debe verse en ese espejo.

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