Lo difícil de las buenas letras
En las últimas semanas se ha encendido el debate en torno a las letras de muchas canciones, especialmente las del género urbano, que en algunos casos resultan ofensivas, presenta a la mujer como un objeto, promueven el uso de estupefacientes y la búsqueda del dinero fácil. El tema es complejo y muy difícil de abordar en un mundo de redes sociales, Spotify, Youtube y otras plataformas que de la forma más libre permiten compartir todo tipo de contenidos, buenos y malos.
Muchos extrañan a doña Zaida, la única que hizo funcionar correctamente la Comisión Nacional de Espectáculos Públicos, una institución que hoy en día se ha quedado estancada en el pasado, en un mundo de televisión programada y de contenidos cuya circulación podía ser censurada con facilidad. Leí una vez a Bienvenido Pantaleón decir que perder a doña Zaida en ese rol había sido como ir del azafrán al lirio, citando al poeta cubano Emilio Ballagas.
Pero lo cierto es que ni doña Zaida habría podido con el gran reto que suponen las redes sociales en la actualidad, la facilidad con la que los jóvenes graban música o hacen videos, con una velocidad prácticamente en tiempo real, dificulta a las instituciones públicas darle seguimiento a todo lo que sucede en el mundo del entretenimiento. Y aún peor, en la mayoría de los casos, se hace música que responde a las aspiraciones del mercado, generan riquezas extraordinarias y su popularidad les valida en el ámbito social.
En el ejercicio gubernamental pasado, implementamos la iniciativa “Música Urbana por los Valores” como una forma de generar un cambio en la música que más gusta en este momento, pero contando con la participación de los exponentes actuales y apostando por un cambio paulatino en la forma como se produce música en nuestro país. El ejercicio se queda a medias porque, lamentablemente y a pesar de muchos esfuerzos, el contenido producido en base a una estrategia de promoción de valores no recibe el apoyo en la radio, la televisión y las plataformas digitales. En consecuencia, no es rentable.
Por definición, la música urbana es un reflejo de las condiciones sociales que viven y observan sus exponentes. Es la combinación de la denuncia social con el ritmo, por lo que sería lógico que las letras de esos exponentes estén repletas de los problemas del barrio: la pobreza, el embarazo adolescente, el matrimonio infantil, los efectos negativos de las drogas y el crimen organizado, entre otros más.
Por el contrario, parecería que estos problemas están relegados quizás por haberse normalizado y, en consecuencia, no forman parte de la denuncia social que subyace en la canción urbana. Ahí está el reto para las políticas públicas, no en propiciar una censura porque sería ineficiente, no hay forma de censurar las plataformas digitales; el reto es que los artistas urbanos comprendan la dimensión de los problemas sociales y los integren cada vez más a sus letras, desde el entendimiento de que sus letras pueden ayudar a que estas situaciones puedan disminuir.
La Comisión Nacional de Espectáculos Públicos, en ese contexto, debe asumir una labor educativa, integrar a los artistas para que apoyen en la educación de sus seguidores y en la promoción de valores desde la música. Esa es la tarea.